-Eran las nueve y veinte de la noche más o menos...terminaba la sesión del viernes del curso de adaptación pedagógica en el campus de León. Yo me dirigía a los apartamentos de la residencia Emilio Hurtado, situado a cinco minutos de las clases.
Nunca se sabe dónde puede ocurrir algo, por más que lo prevengas, pues no depende de uno mismo sino de la fatalidad o las circunstancias.
Un hombre de mediana edad me amenazó con partirme en dos la cabeza, brazo en alto y con un gran palo.
Sabía que si corría podría ir detrás como un perro, si le ignoraba su agresividad iría en aumento; era un indigente excluido de la sociedad.
Sin quitar mi mirada del palo le dije de forma amable y serena: "¿Por qué, si yo no te hice nada?.
Pude seguir andando y cenar luego tranquilamente.
Al llegar Oviedo supe por la prensa que al día siguiente (sábado, a las tres de la madrugada), un atracador con una careta mató a puñaladas a una mujer que se negaba a darle el bolso. Fue por la zona de Padre Isla.
La amiga de la víctima corrió y salvó su vida. En ese caso era necesario, y por supuesto ante la duda despréndete del bolso.
En la residencia Emilio Hurtado me comentaron que el indigente que me amenazó con un palo era un hombre inofensivo que revolvía entre la basura pero inofensivo.
Cualquier persona que viva en la calle, que ahogue sus penas en el alcohol, que sufra rechazo social puede ejecutar una acción violenta en cualquier momento.
Nunca pasa nada hasta que sucede.
¿Más vigilancia policial sería la solución?.
Aquí queda escrito.
N.V
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